octubre 16, 2005

LA HORA MAS SILENCIOSA

-¡Ay!, amigos míos, ¿qué me ha sucedido? Estoy conturbado, desorientado, obedeciendo de mala gana, dispuesto a alejarme. ¡Ay!, a alejarme de vuestro lado. ¡Sí! Es preciso que una vez más regrese Zaratustra a su soledad. Pero esta vez el oso retorna a su cueva sin alegría. ¿Qué me ha sucedido? ¿Qué es lo que me obliga a partir? ¡Ay! La otra, que es mi airada dueña, así lo quiere, me lo ha ordenado. ¿No os dije nunca su nom bre? Ayer, al anochecer, me lo ha ordenado la más silenciosa de mis horas: éste es el nombre de mi terrible dueña.

Y he aquí lo que ha sucedido, porque es preciso que os lo diga todo, para que vuestro corazón no se endurezca contra quien se aleja precipitadamen te. ¿Conocéis vosotros el terror de quien se adormece? Desde los pies a la cabeza se asusta porque comienza a faltarle el suelo y comienza a soñar. Esto os digo a guisa de parábola: ayer, en la más silenciosa de las horas, me ha faltado el sueño; dio principio el sueño. Avanzaban las agujas, el reloj de mi vida respiraba.

Nunca había advertido tal silencio en torno mío, de suerte que mi corazón se llenó de espanto. Repentina mente oía la otra que me decía, sin voz: «Tú lo sabes, Zaratustra.»

Al oír su cuchicheo yo grité de espanto y la sangre huyó de mi rostro; pero me callé.

Entonces la otra repitió sin voz: «¡Tú lo sabes, Zaratustra, pero no lo dices!...»

Al fin, yo respondí desafiante: «¡Sí; lo sé; pero no quiero decirlo!»

Entonces la otra replicó, sin voz: «¿No quieres, Zaratustra? ¿Verdad? ¡No te ocultes tras esa actitud de desafío!»

Y yo lloraba y tembla ba como un niño y decía: «¡Ay! Lo quisiera hacer; pero ¿cómo podría hacerlo? ¡Perdónamelo! ¡Es supe rior a mis fuerzas!

Entonces, la otra replicó, sin voz: «¿Qué importa de ti, Zaratustra? ¡Di tu palabra y róm pete!»

Y yo respondí: «¡Ay!, ¿ésta es mi palabra? ¿Quién soy yo? Espero a uno más digno que yo; no soy digno ni aun de romperme contra él.»

Entonces la otra replicó, sin voz: «¿Qué importa de ti? No eres bastante humilde todavía; la humildad tiene la piel más dura.»

Y yo respondí: «¡Cuánto no he soportado ya la piel de la humildad! Vivo a los pies de mi altura: la elevación de mis cumbres nadie me la indicó nunca, pero conozco bien mis valles.»

Entonces la otra replicó, sin voz: «¡Oh Zaratustra; quien tiene que transpor tar montañas transporta también los valles y los bajos fondos!»

Y yo respondí: «Mi palabra no ha transpor tado montanas y lo que he dicho no ha alcanzado a los hombres. Es verdad que he caminado entre los hom bres, pero no les he alcanzado todavía.»

Entonces la otra replicó, sin voz: «¿Qué sabes tú de eso? El rocío cae sobre la hierba en el momento más silencioso de la noche.»

Y yo respondí: «Se han burlado de mí cuando he descubierto y he seguido mi propio camino. Y, en verdad, entonces mis pies tiemblan. Y ellos me dijeron esto: "¡Ya no conoces el camino y ya no sabes ni andar!"»

Entonces la otra replicó, sin voz: «¡Qué importan sus burlas! Tú eres uno que ha olvidado obe decer; ahora debes mandar. ¿No sabes tú quién es aquel de quien todos tienen necesidad? El que ordena las grandes cosas. Es difícil llevar a cabo grandes cosas: todavía es más difícil ordenar grandes cosas. Y he aquí tu falta más imperdonable: tienes el poder y no quieres reinar.»

Y yo respondí: «Me falta la voz del león para mandar.»

Entonces la otra me dijo, siempre como un susurro: «Son las más silenciosas palabras las que provocan la tempestad. Son los pensamientos que llegan como conducidos con pies de paloma los que dirigen el mundo. ¡Oh Zaratustra! Debes caminar como el fantasma de aquel que vendrá un día. Así mandarás, y mandando, irás a la cabeza.»

Y yo res pondí: «Me da vergüenza.»

Entonces la otra me dijo, sin voz: «Te hace falta volverte niño y abandonar la vergüenza. El orgullo de la juventud te posee todavía; has llegado a hacerte joven a la tarde; pero quien quie ra llegar a hacerse niño debe igualmente superar su juventud.»

Prolongado rato medité, temblando. Al fin repetí mi primera respuesta: «¡No quiero!»

Entonces, en torno mío estalló una carcajada. ¡Ay! Esta carcaja da me desgarraba las entrañas y me partía el corazón!

Y, por última vez, la otra me dijo: «¡Oh Zaratustra, tus frutos maduraron; pero tú no estás maduro todavía para tus frutos! Por consiguiente, te es preciso retornar a la soledad a fin de que tu dureza se ablande más.»

Y de nuevo hubo una risa y como una fuga. Después, el silencio; un silencio profundo que se plasmó alrededor de mí. Pero yo yacía en tierra bañado de sudor. Ahora lo habéis oído todo. Por esto es preciso que yo regrese a mi soledad. Nada os he ocultado, amigos míos. Sin embargo, os he dado a conocer cuál es siempre el más discreto entre los hombres... ¡y quien quiere ser dis creto! ¡Ay, amigos míos! ¡Yo tenía todavía algo que hablaros, todavía tenía algo que dar a vosotros! ¿Por qué no os lo doy? Por ventura, ¿soy avaro?

Cuando Zaratustra hubo dicho estas palabras, se apoderó de él la inmensidad de su dolor ante el pensa miento de separarse muy pronto de sus amigos, de suerte que comenzó a sollozar y nadie lograba conso larle. No obstante, se marchó completamente solo, de noche, dejando allí a sus amigos.

5 Comments:

Blogger De paso said...

una delicia.

noviembre 07, 2005  
Anonymous Anónimo said...

Entre las olas del azar, Zaratustra nos une en nuestro navegar..
Te invito a desembarcar y compartir miradas en : lahoramssilenciosa.blogspot.com

Renazca el niño entre tanto camello.

agosto 13, 2008  
Blogger juan m said...

hermoso, hermoso

septiembre 26, 2009  
Anonymous Anónimo said...

Bonjour, asibloggeabazaratustra.blogspot.com!
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noviembre 24, 2009  
Blogger Bismark Jorge said...

Alguna ayudita para interpretarlo?

diciembre 24, 2012  

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